18 de enero de 2014

Gabriel García Moreno en el "Bestiario tropical"





"Gabriel García Moreno gobernó al Ecuador 16 años
como un monarca absoluto y su cadáver fue velado
con su uniforme de gala y su coraza de condecoraciones
sentado en la silla presidencial"

Gabriel García Márquez



El siguiente es un texto extraído del libro Bestiario tropical (Ediciones Gamma, 1986, 168 páginas), del escritor colombiano Alfredo Iriarte. A don Gabo le sacan la recontramadre. Es realmente una joyita. Disfrútenlo.


 Gabriel García Moreno. (Foto: Wikipedia.org)




Se dice que Gabriel García Moreno nació en 1821 en Guayaquil (Ecuador) y que jamás incurrió en el “desliz” de una sonrisa, y mucho menos en el “escandaloso impudor” de una carcajada. Al menos Hitler, Himmler, Khomeini, Pinochet, Nerón o Calígula, por lo menos reían cuando crucificaban, o asaban o empalaban a sus enemigos, o degollaban esclavos. Nerón rió cuando mató a patadas a Popea, su esposa; y cuando le sacó las tripas a su madre, Agripina.

Gabriel no tuvo infancia pues, mientras los demás niños jugaban, él dividía su tiempo entre rezar a hurtadillas y estrangular pajaritos con la mayor lentitud posible, para disfrutar los estertores de la agonía. Como estudiante fue el primero del curso, pero también fue lo que llamamos chupa, por lo cual fue designado bedel, cargo que ejerció con celo encarnizado de terrible delator. Un día un compañero le enrostró las vilezas diarias de su ruin labor y Gabriel lo cogió por los cabellos y lo arrastró hacia los inodoros, donde lo metió de cabeza hasta casi asfixiarlo entre el mierdero rebosante.

Tampoco tuvo juventud por su alma áspera, fanatismo religioso y mirada de serpiente. Tenía cierta prestancia, pero la esquiva y arrogante aristocracia quiteña lo toleraba pero no lo admitía en su redil. Sus ímpetus arribistas se estrellaban con el obstáculo ingente de su nula simpatía; de su talante áspero, como si se hubiera chupado cien limones.

Para poder ascender a la vanidosa cúpula social se hizo clérigo por medio de lo que se llamaban “órdenes menores”: lector, exorcista, acólito. Pero el ascenso social siguió vedado, porque la sotana no cambió su carácter inmamable. Pensó en ser obispo pero, al notar que la sociedad aún lo rechazaba, dejó el seminario para intentar el ascenso como laico.

Se hizo abogado y su ojo aquilino fichó a una candidata para ascender socialmente a través del matrimonio: doña Rosa de Ascásubi y Matheu, 25 años mayor que él; fea, avara y, de ñapa, aquejada por unos granos purulentos de los pies a la cabeza. Sus enemigos decían que tenía la famosa peste gálica; los más benignos, que tenía la enfermedad de Lázaro. Siempre se sentaba sobre una sola nalga, pues también padecía de almorranas. Por cada pústula o grano, Gabriel le exigió de dote una hacienda cacaotera con muchos semovientes.

Asegurado con su boda el ingreso a la sociedad quiteña, Gabriel inició el ascenso al poder. Como eludía a su nauseabunda esposa, no se sabe cómo la preñó, tras lo cual tenía pesadillas en las que le nacía una hija con la misma cara de su madre y unas horribles cerdas en medio de los granos.

Y le nació una raquítica y macilenta hija, como una longaniza, a la que soportó con paciencia ejemplar. La iguanita languidecía por momentos, pues las tetas de Rosita eran secas. Para salvar a su terrible engendro, ella acudió a la leche de burra, pero un día engulló un tetero, eructó y falleció.

Después de ese suceso, Gabriel embarazó por segunda vez a Rosita, colocándole un capuchón para cogérsela. Y le nació un varoncito un poco más sano que su hija.

Gabriel García Moreno llegó al poder en 1859, a los 38 años, y su primer “acto de gobierno” fue pedirle a Napoleón III (el Pequeño), a través del embajador de Francia en Quito, que aceptara a Ecuador como una de sus colonias y lo nombrara a él procónsul. Napoleón, arrecho, le dijo a su embajador que no le parara bolas a ese mentecato.

Como gobernante, Gabriel cambió su pasatiempo infantil de estrangular pajaritos por el de fusilar a sus enemigos de la manera más cruel posible, por lo que se decía que tenía una actitud “fusilánime”. Él mismo creaba máquinas de tortura y le gustaba rematar a sus enemigos con una bayoneta.

Su esposa se le hizo intolerable en la mansión presidencial. Así que un día la envenenó en su habitación, como fórmula redentora de la hediondez y los aullidos por sus granos y almorranas. El médico le dijo: “Con el veneno que le dio, se habrían podido matar sin dificultad cinco yeguas”.

El dictador era un sátiro insaciable, pese a su fanatismo religioso. Le gustaban las indigentes, pero bonitas, jóvenes y vírgenes. No se satisfacía con nada. Asediaba a las mujeres con torpeza y vulgaridad y, si no lo aceptaban, las esperaba y las mataba hincándoles una daga en sus senos.

Es famosa la historia de Gabriel con Virginia Klinger, esposa del connotado aristócrata quiteño Carlos Aguirre y Montúfar. Era sexy, bella, inteligente, fina, culta y con un atributo adicional que a todos fascinaba: su marido la aburría. Aguirre era el prototipo del cornudo feliz: paciente y discreto, portaba sus cachos con una elegancia ejemplar, y se mostraba amable y hospitalario con los mozos de su esposa. Y pese a la importancia de su pretendiente, Virginia lo rechazó como a un patán, por lo cual Gabriel quiso matarla, pero los celos le hicieron temblar la mano al intentarlo.

A Gabriel le salió un gallo tapao, o pretendiente de Virginia: Arcesio Escobar, un payanés gallardo, talentoso y simpático. Éste le dedicaba versos de Lord Byron a su amada, mientras don Gabriel le enviaba estampitas de santos con pías y ridículas jaculatorias, que a ella le producían risas. Gabriel quiso arrestar a su rival, pero ella, de manera oportuna, lo ingresó a la legación colombiana vestido de mujer.

Gabriel intentó apuñalarla y fracasó. Entonces denunció una dizque “infame agresión” colombiana en la frontera, y movilizó tropas contra Colombia para vengar el honor nacional ultrajado. Era 1862 y era presidente de Colombia Tomás Cipriano de Mosquera, el Gran General. Las fuerzas colombianas trituraron en Tulcán (Ecuador) a los ejércitos de Gabriel García Moreno, quien aceptó una honrosa capitulación.

Pero como no estaba dispuesto a que un colombiano le birlara a su hembra preferida, con paciencia y minuciosidad urdió un desquite, y ese mismo año (1862) se tomó a Pasto y la hizo provincia ecuatoriana. Al enterarse, Mosquera envió un ejército que lo venció por segunda vez de una manera humillante y oprobiosa. Cuando en 1867 Tomás Cipriano de Mosquera fue depuesto, intentó radicarse en Guayaquil, pero García ordenó:

—Fusílenlo, si pisa Ecuador.

En 1869 García Moreno promulgó una Constitución en la que consagró que quien no fuera católico perdía la nacionalidad, y que si a alguien se le comprobaba que estaba en pecado mortal sería juzgado y penado como traidor a la patria. Su tiranía teocrática se hacía cada día más intolerable. Todo su rencor lo motivaron sus fracasos amorosos y sus malogradas empresas guerreras contra Colombia. Aún así, se ha llegado al extremo de que recientemente un grupo de energúmenos exigieron canonizar a Gabriel García Moreno.



Una fotografía tomada posteriormente al asesinato del tirano. (Fuente: Wikipedia.org)






Los restos embalsamados de García Moreno, con uniforme militar, un bicornio de plumas blancas, banda presidencial y condecoraciones, se exhibieron -con guardia de honor incluida- sobre el sillón presidencial en el altar mayor de la Catedral de Quito. 




Examinación del cofre de García Moreno en Quito. Sus restos fueron hallados en la iglesia de Santa Catalina de Siena, en la capital ecuatoriana, donde fueron enterrados el 3 de abril de 1883. Su ataúd permaneció oculto hasta el 18 de abril de 1975, cuando sus despojos fueron exhumados. (Fuentes fotográficas: Wikipedia.org - Consagración de la República al Corazón de Jesús - Archivo personal)


En 1875 unos jóvenes le hicieron el viajao, apoyados por el colombiano Faustino Rayo, a quien García Moreno le había quitado su esposa. Mientras el presidente iba a pie de la catedral al palacio de gobierno, Rayo le acertó un machetazo en la cabeza. Luego, los demás lo volvieron picadillo.

Curioso final el de ese extravagante dictador, porque se le cumplieron sus palabras:

—Mis enemigos van a tener que matarme porque, de lo contrario, los extermino a todos...


-Alfredo Iriarte-

5 comentarios:

SIGNUM dijo...

Es toda una estupidez lo que escribes, informate mejor y antes de andar cuestinando la viada de otros cuestinate la tuya.

No puedes hablar asi porque si de un personaje historico de nuestra patria y denigrarlo de esa manera.

Eres peor que una serpiete derramando por ahi su veneno y ponzoña y lo peor es que lo absurdo de tu mento se los tramistre a los otros, sabes que, me das pena.

Anónimo dijo...

lel :v

Unknown dijo...

Que invecil el que escribe esto, es un degenerado, no tiene nombre la ignorancia de quien hizo este artículo. Por eso este país está como está. IGNORANETE> Primero lee la historia Raza de bibora. Debes ser un degenerado

Bruce dijo...

La verdad, usted escribe como un subnormal fanático adorador de alguna ideología rara, pero conocida. Me causo mucha gracia las mentiras de empalar y degollar jajajaja por favor, deje de mentir no escriba porquerías falsas

Marcelo G Papaseit dijo...

Una absoluta porquería, la tuya, se nota que eres un pseudo escritor, sesgado e ideologizado sin el más mínimo interés histórico real, en fin ni el más ignorante se come una mentira tan insostenible como la que posteas aquí, pero sabes algo, si deberás responder por ética y responsabilidad social, a esto que pones