13 de junio de 2006

Apostar a la imaginación

Es la consigna del escritor ecuatoriano Leonardo Valencia (Guayaquil, 1969). En esta entrevista me habla de algunas impresiones en torno a la literatura nacional, así como de su obra y de su última novela "El libro flotante de Caytran Dölphin", que fue recientemente presentada en Madrid.



¿Crees que la literatura ecuatoriana vive una dependencia externa o mantiene su propia identidad?

Lo mejor de nuestra producción literaria es la poesía. Su lenguaje es el más independiente y personal. Caso parecido con el de nuestros cuentistas. En novela ha ocurrido algo diferente.

La novela, en el sentido de dependencia, ha estado sometida a demasiadas exigencias de representación nacional y de instrumentalización –o utilización– en un sentido político. Y la crítica literaria, la poca que tenemos, también ha incurrido en ese error de buscar lo identitario en la literatura, forzando y tergiversando las cosas. La mala crítica convierte en documentos probatorios y unidireccionales a la literatura, que es libertad y ambigüedad. El crítico Edward Said ha señalado los peligros de buscar identidades textuales. La estrategia de Napoleón que analiza Said en Orientalismo, de “textualizar” Egipto y el mundo árabe para conquistarlo, abre la mente sobre este proceso de utilización del recurso identitario.

La autocensura es el mayor peligro para una conciencia literaria. La dependencia en Ecuador ha sido interna: el de una tradición del realismo de denuncia que se agotó hace tiempo pero que ha tenido una sombra demasiado larga, y guardianes solapados, y ha degenerado en una especie de costumbrismo simple, plano, inclusive sobre temas urbanos. Si por dependencia queremos entender una apertura a otras literaturas, creo que nuestra novela debería asimilar de forma más dinámica otras tradiciones, enfrentarse a ellas de la manera en que lo hacen los escritores más exigentes: de manera creativa, abierta y feliz.

Así lo hizo el más cosmopolita de los escritores ecuatorianos, el más grande: Juan Montalvo. O poetas como Carrera Andrade. Si Montalvo publicara hoy en día, lo tildarían de extranjerizante. Leamos y releamos Los siete tratados y los Capítulos que se le olvidaron a Cervantes y veremos a lo que puede llegar un cosmopolita ecuatoriano con talento. El miedo a la llamada “pérdida de identidad” en el fondo es un argumento bastante flojo que puede mantenernos aislados, como el niño débil al que se deja confinado en la habitación de su casa por miedo a lo que ocurre más allá de las puertas de casa.

Hay otra gran dependencia que es el desconocimiento, tanto interior como exterior, de lo que se está escribiendo o se escribió. La única manera de superar una dependencia es que el escritor asuma una postura crítica creativa, de lectura y relectura a fondo de obras ecuatorianas y de otros países, discriminando lo bueno y lo malo que hay en ambas sin ningún tipo de pudor o temor, pese a quien le pese. No conoceremos bien nuestra tradición y tampoco las ajenas si no somos críticos con ambas. Si el escritor no sabe nadar en el mar de las tradiciones y cortar sus aguas, se ahogará.

Siempre he sostenido que una novela como Los sangurimas de José de la Cuadra tiene una magnífica primera parte que luego baja de nivel hacia el final, y que de Don Goyo la última parte es un cuento perfecto insertado en una novela de inicio más bien disperso. O que Las cruces sobre el agua, de Gallegos Lara, Huasipungo, de Icaza, Henry Black de Donoso Pareja o Entre Marx y una mujer desnuda, de Adoum, son novelas de calidad media en un contexto internacional, aunque importantes como testimonios de su época, tanto político como de búsqueda de nuevos caminos, y que son hitos en nuestra historia o histeria literaria. Si comparamos Huasipungo con Los ríos profundos de José María Arguedas, o la novela de Adoum con Rayuela de Cortázar, salta a la vista la diferencia de calidad literaria. Si por ser ecuatoriano debo permanecer ciego a esta realidad, mal futuro nos espera. Ensalzar por ensalzar lo nuestro lo único que produce es reducir el juicio crítico y cerrar las puertas a nuevas propuestas.

Tu obra transcurre principalmente en ambientes foráneos, pero el lenguaje es aquel elemento que utilizas para vincularla con lo ecuatoriano ¿crees que acudir a otros ambientes es una especie de dependencia externa?

No existen fronteras para los temas que trata la ficción. Ya lo mencioné respecto a Montalvo. Decía Hemingway que para escribir sobre lo que ocurre en un accidente de avioneta no es necesario accidentarse en uno de esos aparatos para hablar con experiencia del asunto. Lo que se necesita es un intenso trabajo de imaginación, y mejor todavía si se ha tenido algún susto de vuelo. Sin imaginación, sin una visión plástica y armónica de la escritura, incluso tratar del tema más cercano o autobiográfico estará supeditado a una dependencia más grave, los tópicos, es decir, la absoluta falta de visión personal real para acercarse a un tema. Y, por el contrario, aunque escriba sobre China o Perú o Europa, si la visión del autor es realmente personal e intensa, en esa mirada de cualquier tema, situación o lugar habrá una perspectiva “propia” que, por seguir con la palabra, se “apropia” del mundo. Es lo que ocurre con Stendhal, escritor francés que hizo de Italia su territorio imaginario. Allí tenemos esa novela impresionante que es La Cartuja de Parma o los cuentos de Crónicas italianas. Es una cuestión de percepción, en el sentido magnífico que lo entiende, por ejemplo, la tradición narrativa y filosófica inglesa.

El lenguaje no significa hablar sobre cualquier tema con la jerga de Guayaquil, Quito o Cuenca, significa buscar un lenguaje que fusione todo lo que necesita el escritor para dar cuenta de su visión. La identidad no viene dada por usar palabras locales o ecuatorianas, sino por la creación de una manera de escribir propia del escritor que le permita también a cualquier lector la entrada en el mundo del que habla ese escritor. Esa postura limitada es la que realmente ha bloqueado la proyección de nuestra literatura en el extranjero, y no la queja de que no tenemos apoyos editoriales o estatales. Hay que salir corriendo cuando escuchamos ese lloriqueo interminable de la falta de apoyos o infraestructura, que no es más que pereza. Es como echarle la culpa a otros de una falta de riesgo, talento y disciplina. Hay que enviar nuestros manuscritos a editoriales extranjeras y sufrir como todos los escritores el rechazo de diez o veinte editoriales hasta mejorar el manuscrito, o escribor nuevos libros y finalmente dar con una obra bien lograda, bien presentada y con una editorial que reconozca lo que tiene de válido ese libro. Patricia Highsmith decía que sólo hay que deprimirse cuando te hayan rechazado veinte editoriales. Esa postura débil ha limitado el empuje de nuestros escritores. Y en este esfuerzo por abrir fronteras y superar esas limitaciones han estado trabajando algunos escritores ecuatorianos durante los últimas décadas: hay logros relevantes en novelas como Polvo y ceniza de Cárdenas, Pájara la memoria de Égüez, La sombra del apostador de Vásconez o La cueva de Telmo Herrera. Se debería superar de una vez por todas la dicotomía Ecuador/Extranjero: la literatura es un territorio sin fronteras donde el único requisito de entrada es el talento de lo que se escribe, la riqueza de integrar la mayor cantidad posible de resonancias culturales y literarias que se resuelvan en una música que pueda ser apreciada por sí misma más allá de tal o cual tema o lugar, de cualquier origen.

¿Podemos decir que El libro flotante de Caytran Dölphin, tu última novela, es la afirmación de que más allá del cosmopolitismo y la extraterritorialidad has asumido una total libertad creadora?

Esta novela que transcurre sobre todo en Guayaquil la tenía en mente hace diez años, precisamente cuando empecé a sostener en varios artículos y conferencias que el escritor ecuatoriano puede lanzarse a narrar cualquier territorio. Últimamente me ha divierte mucho ver cómo algunas personas en Ecuador insisten en criticar mi postura, sesgándola mucho al exagerar que yo “pedía” narrar sobre otros países como si fuera una receta, cuando yo señalaba que “puede” hacerlo como una manera de exploración, que necesitamos ganar la sana distancia de la ironía. En realidad escribimos a partir de nuestra experiencia, incluida la experiencia imaginaria, y la mía, por mis orígenes y las circunstancias, ha sido nómada. Mi padre es cuencano, mi madre italiana, nací en Guayaquil, he vivido en Quito, Roma y Lima, y desde hace ocho años en Barcelona. Mi identidad es la suma de mis identidades.

En conversaciones con Enrique Vila-Matas en Barcelona le decía lo que algunas personas me criticaban en Ecuador, y lo que ha hecho es animarme en mí línea, porque a él también lo atacaron en su momento en una España encerrada en sí misma. Ahora incluso un periodista dice que sufro el “complejo de Peter Pan”. ¡Maravilloso! Me encanta Peter Pan. Pero me lo atribuía porque, al parecer, no me interesa la coordenada histórica del escritor, como si yo viviera en las nubes. Y eso sí que es para reírse, porque si hubiera leído mi novela El desterrado habría visto que está atravesada por algunos aspectos políticos, porque señalo los peligros del fascismo y la indiferencia histórica, en una historia inspirada en mi familia italiana durante el ascenso de Mussolini, en esa primera mitad tan problemática del siglo XX. Además, siempre he escrito sobre temas con implicaciones políticas y de nuestro tiempo. De esto también trata, a su manera, El libro flotante de Caytran Dölphin.

Pero bueno, comprendamos que a veces en Ecuador hay gente que opina a priori, sin haber leído los textos, sin preocuparse por reflexionar sino sólo para defender sus posturas o para que su grupito le dé una palmadita en la espalda. Así que me quedo muy alegremente con la idea de Peter Pan, e incluso la de Daniel el Travieso, Calvin, Shrek, Pinocho y toda esa tropita encantadora. Sí, sufro el síndrome de Peter Pan, en el sentido de que es una apuesta por la imaginación, y a su manera Peter Pan está en las antípodas del síndrome verdaderamente peligroso, el de Falcón, que es el de querer cargar con la castrante responsabilidad de representar al país. ¡Como para aburrirse! Por algo Peter Pan tiene que enfrentarse con el aburrido y seriote capitán Hook que quiere matarlo... (risas).

La literatura ecuatoriana parece sufrir lo que yo denomino como el “síndrome del perro”, es decir, que cuando se toca su “sacrosantía”, se golpea su conservadurismo y se remece aquello que todos deben seguir, hay más de uno que “ladra” ¿Por qué esas actitudes? ¿Ves reales cambios a futuro?

¡Perro que ladra no muerde!... Te atacarán porque te has escapado de ellos, porque trabajas, porque no estás sometido, porque no les debes nada y no te quedas callado y, lo más increíble de todo, porque te ríes de ti mismo. Es lección de vida. Hay que tomar con humor a los tres o cuatro gatitos enfurruñados que maúllan en su noche oscura con el estómago revuelto. Sin dejar de ser críticos y decir lo que se piensa, pero hacerlo con cortesía, argumentos y obra propia. La libertad tiene un precio, y el escritor tiene que estar dispuesto a pagarlo.


Me costó mucho entenderlo, incluso lo pasé mal a los veinte años, porque me sentía un bicho raro, muy solo. Pero aprendí, me reforcé, y entendí que el único con quien tienes que competir es contigo mismo. Lo bueno, lo inesperado, es que el lector real lo agradece y lo reconoce. Entonces se produce una bellísima justicia poética. Así que les dejo a otros el sentirse la autoridad de la literatura ecuatoriana o ser el escritor más representativo de lo ecuatoriano. Yo me quedo feliz con el islote más remoto de las Galápagos donde haya un volcán. Pero sí, por suerte está cambiando. Hay una generación nueva e imparable, que tiene ahora alrededor de veinte años o un poco más, que sonríe, que es generosa, y, sobre todo, que trabaja. A ellos hay que abrirles las puertas. No los conozco a todos, pero a pesar de estar lejos trato de leerlos. Espero que sigan escribiendo con tenacidad y que se rían de los tres o cuatro gatitos enfurruñados. Aprendamos de los grandes tigres.

- Jorge Osinaga -