19 de diciembre de 2013

Diario de un gay ‘underground’

A continuación, comparto un texto que publiqué en la tercera edición de la Revista MAX, del XI Festival de Cine LGBT "El lugar sin límites" 2013:



Diario de un gay ‘underground

Como si ser gay en este país no fuera suficiente problema con el qué lidiar, pienso que más aún es ser un gay underground. Ser un gay underground es el gay que aún está dentro del clóset. Así de simple. Ocultos porque a su manera de ver no les queda otra. Los hay solteros, generalmente con doble vida, problemáticos, preocupados porque su trabajo y reputación pueden estar en riesgo. También están los casados o con pareja, algunos tan inteligentes que logran hasta el fin de sus días mantener su anonimato. Son los sorteadores de obstáculos más profesionales que existen, aunque a veces dejan cabos sueltos que terminan en separaciones, divorcios, dolor y –a veces– tragedias. Luego están los liberales, aquellos que dicen no tener ningún tipo de prejuicios con respecto a la libertad sexual; realizan activismo, pero prefieren ejercer la demostración de su sexualidad en el hermetismo, sin darse a conocer como homosexuales. A fin de cuentas, el sexo siempre será algo privado.

Nadie habla de gritar a los cuatro vientos que se es gay, cada cual es libre de definirse y asumirse como quiera; pero de los casos que personalmente he podido conocer puedo deducir que su represión hace que sus encuentros sexuales  furtivos sean intensos. Aquí van algunos de los ritos practicados por los enclosetados: está el habitúe de baños públicos, el más clásico de todos. Su lubricidad la alimenta el exhibicionismo. Conocido es en Guayaquil, al menos entre gays, que es en estos templos de las necesidades biológicas donde mayor cantidad de encuentros borderline existen. Se empieza por chequear los urinarios –en centros comerciales, malecones, universidades, paradas de buses–, para ver si hay algún falo a la vista; si se logra levantar aquí con una mirada lujuriosa, se pasa a los cubículos donde ya se llega a tener actividad sexual de todo tipo. En estos mismos cubículos a veces se pueden apreciar shows de masturbación en los que si uno se entusiasma se es bienvenido para hacerles compañía. Asimismo me pasó cuando salía con alguien.


"Once Upon a Time", mural de Keith Haring en el baño para hombres del Lesbian and Gay Community Services Center de Nueva York, 1989.

“Haremos un guateque encima del retrete”, parafraseando la canción Eres una puta, de Ilegales. Esa fue mi propuesta, no nació de nadie más. Claro que no era nada fuera de este mundo ¿quién no se ha pegado una buena sesión de descarga seminal bien acompañado en el baño de un bar o una discoteca? El baño de una disco sirvió para el propósito deseado. Un picaporte dañado nos obligó a asegurar la puerta con una mano arriba mientras la otra hacía lo propio. El aporte de saber ser atrapados con las manos en la masa –qué masa,  ¡el mazo!– fue lo que más nos avivó. Nunca faltan los cojudos que quieren meter ficha en fiesta ajena. Así que empezaron los golpes. Por cada golpe que alguien hacía a la puerta con el objetivo de entrar, y mientras más la apretaba para evitar que nos molestaran, la cosa subía a niveles de paroxismo. Es increíble la cantidad de lujuria que exuda un baño público en Guayaquil. El sancta sanctorum de la intimidad del macho guayaco es quizás donde uno se pregunta si a todos los hombres de esta ciudad les encanta la “mariconada”, como saben decir, porque ahí esta es ley y su cacareada masculinidad se desvanece. Nunca faltarán miradas, bragueteras o esquivas; ahí muchos son partícipes de esa “mariconada” que desdeñan pero que al mismo tiempo practican. Cómo no olvidar aquella vez, hace muchos años, cuando salía con un pana, acompañado de otras amigas, cada uno dispuesto a vacilar esa noche con ellas; entre cerveza y cerveza mi vejiga ya no aguantaba más y tenía que rendir un sacrificio de descarga urinaria al hocicón dios de porcelana blanca que recibe nuestras ofrendas producidas por el exceso de biela. “Ya regreso. Yo me voy que me meo y, de paso, me la veo”.   Estaba absorto en mi evacuación líquida, cuando entra al baño mi amigo. Quería coca. Estaba meando, y el tipo estaba ahí, a mi lado, parado, casi hipnotizado viendo mi verga orinando; se me puso medio dura, obviamente. Me di cuenta que a él también le gustaba eso que a todos nos gusta, y no era precisamente la coca. Puta madre, le dije que tenía la coca en el bolsillo de la camisa y que la cogiera, no despegó sus ojos de mi instrumento, que se hacía más grande mientras su mano tomaba el polvo de mi bolsillo, sentía que me acarició el pecho, rozando un pezón. Y así dicen que no son ‘mecos’.



Otro rito clásico del gay ‘underground’ guayaquileño es acudir a cines porno. Su cartelera exhibe la más variopinta selección de sexo hetero; sin embargo, en sus butacas se desarrolla otro guion: pajas, solitarias o a mano cambiada. En algunas salas, la constante vigilia de los “sapos” –como les dicen a los acomodadores– lo impide a veces, entonces se pasa a los baños. En otras, la vigilancia ni siquiera es un formalismo, dando rienda suelta a todo.  Tenía 17 años, me hice la pava del colegio, fui al cine porno. A esa edad empezaba a descubrir que no me fijaba en las vaginas, mi fetiche eran las briosas vergas. Corrí al baño urgentemente, pues no aguantaba más. Los gemidos de la película inundaban el sitio y -en medio pajeo- seguía teniendo en mi mente el  poderoso miembro de Rocco Sifreddi, en cámara lenta y con sus bolas guindantes, saltando trepidantemente mientras toda su longitud de carne se hundía en una a todas luces apretada chepa, sí, chepa; en esto del sexo hay que decir las palabras como son: duras, crudas, sin huevadas. Toda esta escena de bamboleo escrotal y penetración, adentro de un jacuzzi, con plano central en esa verga y bolas que levantaban y hacían caer aguas, del baño y humanas. Cumplí mi objetivo, pero al salir de mi cubículo habían dos tipos teniendo sexo oral en los urinarios. Me asusté terriblemente, salí del cine casi corriendo. Pensaba que me iba a pasar algo. Era muy chico, obviamente. Luego regresé a los 19 años, la curiosidad hizo que acudiera al único cine que alguna vez exhibió porno gay en la ciudad, en medio de todo el calor y bullicio del Mercado Central. Pasillo del fondo, leve oscuridad: sexo oral, pajas grupales, incluso una pareja heterosexual turnándose el placer de muchos asistentes, fueron algunos atractivos del show en aquella ocasión. Yo solo miraba, y corrí al baño donde el clímax fue una furiosa eyaculación. Tenía terror de que me tocaran, no confiaba en quienes iban ahí, pero me volvía loco todo lo que podía ver. Me había convertido en un voyeurista contumaz, dos o tres veces repetí la experiencia, y de ahí nunca más. Veías señores que parecían ancianos respetables, tipos con pinta de vendedores o visitadores médicos, manes ya más en facha rebelde, había de todo; pero se sentía que, al igual que yo, eran partícipes de un ritual casi secreto en la oscuridad de una sala.



Los colegios religiosos también tienen un componente oculto, podríamos incluirlos en lo protounderground, en la arqueología de las primeras experiencias secretas, pues constituye parte de aquello que no se cuenta, quizá porque representa algo traumático para quien se vio obligado a hacerlo; o como un episodio de viveza criolla para quien sabe manejar las situaciones a su favor, sabiéndose que puede ejercer una posición de poder a pesar de no ejercerla, sobre todo en la época estudiantil. Es increíble la cantidad de historias que he podido conocer de lo que sucede en aquellos lugares. Desde lo más bizarro, hasta lo más gracioso. 

En el campo de las infamias, está la historia de un reconocido músico guayaco, quien me comentó que allá por los años 60, siendo un niño de 8 años, tenía como profesor a un cura que jugaba “a las escondidas” con los niños en el “cuarto oscuro”. Este cura hijueputa aprovechaba la ocasión para tocarlos. ¿Por qué nunca dijiste nada a tus padres? “No se podía”, me dijo, “nos tenían engañados con eso del infierno y la obediencia a la religión. Así era en esa época”. Triste. Son las taras que deja el lavado cerebral religioso. Este es tan solo uno de muchos casos. Cuántos niños, hoy hombres, guardaron silencio ante las atrocidades que se cometían en estos centros educativos católicos, siendo lo que me contó mi brother una cosa pequeña comparada con las cosas que se hacían y quién sabe si se siguen haciendo.



Fotograma de la película porno "Scandal in the Vatican", de los estudios checos Bel Ami.

Otra historia, otro amigo, mismo colegio: en el San Pepo, como le decían, porque ahí las bolas -como en el juego- chocaban. Tenía problemas para pasar de año, estaba literalmente cagado y sus padres lo iban a masacrar si repetía el año. Él era guapo, digo era porque ya no está en el país y no lo he vuelto a ver; de rasgos finos, atractivo. A sus 17 años seguramente debe haber sido una tentación para cualquier cura pedófilo. El profesor no se inmutó y le propuso dejar todo en números azules y no rojos si se dejaba mamar la verga, así, con esas palabras. Mira tú estos curas… Mi amigo dice que no lo permitió, que se esforzó y pasó de año; no es lo mismo que me contó otro amigo de él, también gay;  digo también porque luego comprobaría que mi yunta lo era, pues terminé saliendo con su pana de colegio y él me preguntaba si alguna vez habíamos tenido algo. El asunto me interesó mucho, así que le seguí el juego y luego él me contó la historia. El tipo, que decía que no cedió, realmente era un vago de mierda, y no le importaba un carajo la forma en la que podía pasar de año. Era famoso entre su gallada por “reventar maricones” y este pana que me contaba lo que no sabía del relato también había sido uno de sus “reventados”. Mi amigo tenía fama de cachero y no era tan machito que digamos, según él, porque le encantaba guindarse de la verga como un ternero de lo más oficioso en el arte de succionar miembros. El cura le pegó tremendo mamelucazo en la oficina de la inspectoría, cuando no había casi nadie en el colegio. ¿Viste todo? “Sí, porque él me invitó a sapear. Él y yo, en esa época, éramos casi novios. Tirábamos siempre y quería que alguien lo viera mientras el cura le chupaba el guanzo. Realmente eso era lo que lo arrechaba, que yo mirara. Claro, y saber que iba a pasar de año y que este cura hijueputa ya no era rey, sino él. Ten la seguridad que si él se cruza de nuevo con este sotanudo, nunca lo va a golpear; quizá lo invite de nuevo a pegarse un remember de ese pedazo de mamada que fue realmente de antología”.



Otro fotograma de la película porno "Scandal in the Vatican", de los estudios checos Bel Ami.

Todo esto me viene a la mente sentado en un bus, recorriendo la ciudad, con el viento golpeándome la cara, y recordando que en cada lugar por el que mis ojos pasan mientras la buseta avanza, en cada sitio dentro de éstos, siempre habrá algo de mariconada underground, tapiñada;  sobre todo cuando en la última fila de esta carcacha andante, mi novio me propone pegarnos un pajazo mutuo al son de las calles volando por la ventana y de un colectivo casi vacío.

-Jorge Osinaga-

16 de septiembre de 2013

De Egipto a Ecuador: las masturbaciones del jerarca

Jem o Khemet era el nombre autóctono de Egipto, que significa “tierra negra”, nombre ganado por el color negro (khem) de las tierras fértiles tras las irrigaciones del Nilo. Las supersticiones que promovieron la momificación de los cuerpos hicieron que los egipcios estudiaran a fondo los productos químicos para su empleo, por lo que muchos piensan que las palabras “química” y “alquimia” -y su práctica- provienen de ahí.

Los egipcios consideraban a su dios Tot -Dyehuthy en egipcio (Ḏḥwty), en griego Tot (Θωθ )- como el guardián de la sabiduría. Los griegos asociaron este dios egipcio con su dios Hermes, protector de la alquimia.

En griego, χημεία (khemeia) significa “mezcla de líquidos”. Khem o Min también era el dios fálico de la fertilidad egipcia, “creador de dioses y hombres” y de piel negra, cuyo culto era de origen predinástico. Como dios de la fertilidad y con ritos orgiásticos, los griegos lo vincularon con su dios Pan. Parte importante del culto a Khem o Min era el empleo de lechugas salvajes de tipo Lactuca virosa y Lactuca serriola que, al ser cortadas, producían un látex que representaba al semen.



El dios Min, antes conocido como Khem. Crédito: Wikipedia.

Durante los ritos de coronación del Nuevo Reino, se le brindaban honores al dios Khem o Min, y el faraón tenía que “sembrar su semilla”. Muchos piensan que literalmente el monarca tenía que sembrarlas pero otros difieren e indican que debía demostrar que podía eyacular. Se pensaba que este rito garantizaba los desbordes del Nilo que permitían fertilizar la tierra y la correcta agricultura.

¿Se imaginan a nuestros presidentes batiendo fuerte la muñeca frente al río Guayas o en los deshielos del Chimborazo para fertilizar las tierras?

- Jorge Osinaga -

4 de julio de 2013

Epicúreos criollos



Pese a que Antonio Borrero fue un liberal curuchupa (cosa un tanto rara, aunque esos eclecticismos en Ecuador no deben sorprender) y también parte de este sistema político atroz, no pudo haber resumido mejor la dinámica de toda nuestra larga historia republicana con esta frase: 

“En el Ecuador no es un partido político el que se ha apoderado del Poder y hace la guerra a otro partido político; es tan solo una caterva de bandidos hambrientos y asesinos los que se han adueñado de los destinos del país y de los caudales públicos, sin más objeto que vivir según las leyes de Epicuro”.

-Antonio Borrero-
Expresidente del Ecuador

Tomado de En el Palacio de Carondelet, de Eduardo Muñoz Borrero,

1 de julio de 2013

La Columna y La Rotonda ¿pelea de barrio masónica?



Guayaquil es una ciudad con mucha simbología e historia masónica. Un ejemplo de ello son algunos de sus monumentos más representativos. En la Columna de los Próceres, edificada para conmemorar el centenario de la conspiración del 9 de octubre de 1820, la estatua de José Joaquín de Olmedo mira al Este, es decir a la salida del Sol, al oriente; ese oriente omnipresente en la masonería. Es un monumento masónico a más no poder, como la misma conspiración de 1820, planificada por destacados masones.

Por coincidencia, al este de la Columna de los Próceres se encuentra también el Hemiciclo de la Rotonda, en el Malecón Simón Bolívar, que conmemora el encuentro que entre San Martín y Simón Bolívar -dos importantes masones- tuvo lugar en esta ciudad en 1822. Este monumento fue inaugurado en 1938, luego de ciertos desacuerdos con respecto a los bocetos originales presentados por el escultor español José Antonio Homs en los que San Martín era retratado en una pose que, quizá para muchos masones olmedinos que veían en él a un aliado, lo dejaba un tanto en ridículo frente a Bolívar. El tema incluso fue retomado por el artista guayaquileño Ilich Castillo, con su obra Cómo se encienden los discursos populares, según Homs (2005).




¡Uy, José!
Boceto original de Homs. Reposa en el Museo Municipal de Guayaquil.


La Columna de los Próceres y el Hemiciclo de La Rotonda son dos monumentos que evidencian el conflicto entre pandillitas masónicas a nivel local, y una metáfora de las luchas entre ellos por su repartición de ciudades, países, continentes y el planeta. ¿Fraternidad?, ¡por dónde!

La Columna vino primero, de mano de los masones olmedinos y octubrinos; la Rotonda se contruyó después, con los masones bolivarianos. Pelea de barrio.

Originalmente la Columna de los Próceres no iba a ser tal, sino un obelisco (más simbolismo masónico), pero no prosperó la idea; mientras que la Rotonda -como su nombre lo dice- se pensó redonda, pero quedó como hemiciclo. Estos dos monumentos masónicos en Guayaquil se miran cara a cara, como desafiándose. Y el Templo Masónico -posteriormente la primera sede de diario El Universo, en Escobedo y 9 de Octubre-, se encuentra justo en medio de ambos complejos escultóricos. ¿Habrá sido este templo el lugar de la concordia entre las facciones? Muy interesante.

- Jorge Osinaga -