19 de febrero de 2014

El árbol de guayaba, Urdesa, la destrucción del barrio y el paso del tiempo

Ayer recordé el viejo árbol de guayaba que alguna vez dio sombra a mi casa, una de las primeras de Urdesa. De las experiencias que en el hogar sabían contar, el sector de las Lomas y el que lo rodea era lo más parecido a un Cerro Blanco en miniatura; claro, no tan depredado como actualmente está ese lugar luego de haberlo invadido La Cemento Nacional, hoy Holcim, que después pretendió darse un baño de conciencia creando su bosquecillo protector como "parque de diversiones" ecológico (de distracciones mejor, en su concepto más amplio y maquiavélico), mientras seguía dinamitando y explotando una buena parte de la cordillera de Chongón-Colonche, al igual que otras canteras.

Allá, en la Urdesa de los 60, a veces las serpientes amanecían guindadas en las rejas de las ventanas de la casa; en algunas ocasiones los abuelos vieron tigrillos paseando por una calle que hoy es un infierno de tráfico vehicular y que antes fue de tierra; mis tíos cazaban venados en Urdesa norte; y mi abuelo me decía que, por las noches, podías escuchar el rumor de las conchas abriendo y cerrando sus valvas en el cercano estero Salado, en una especie de concierto salvaje de castañuelas. Después, en la década de 1970, el entorno natural de las Lomas sería destruido por la creciente urbanización, tal como la primigenia Urdesa devoró viejas zonas de manglar. No todo tiempo pasado fue mejor y nada -al menos que demos un viraje mental- está libre de nosotros, la plaga humana, ni de la sed por hacer dinero sin conciencia.


Urdesa en sus inicios. Esta foto, cerca de 1959.
Fuente: Universidad Católica Santiago de Guayaquil - Facultad de Arquitectura y Diseño
Trabajo de Graduación "Evolución Histórica-Urbana-Arquitectónica Urdesa Central 1955 - 1980, de Yelitza Naranjo Ramos y Gilda San Andrés Lascano .


A pesar de esto, algo se conservó de esa flora original; al menos en el viejo hogar. Dos árboles dominaban a la entonces flamante casa: un enorme caucho y, en su parte trasera, un guayabo. Del primero no tengo memoria pues aún no nacía, pero mi madre sí; también lo amó y, al igual que yo tiempo después, lloró cuando tuvo que ser derribado por moribundo y no por las emergencias económicas sufridas en mi familia tiempo después a causa del canalla accionar del sinvergüenza hijo de un expresidente de la República y de su padre -socios de mi abuelo en una de las primeras compañías pesqueras del país- quienes, al parecer, nunca se dieron ni por enterados de los conceptos de la amistad o la confianza. Siempre me dije que no era raro que sucediera algo así, pues ¿qué más se podía esperar de gente que, en su comprobada e histórica genética, tiene una tara maldita alimentada por la ambición y el poder que termina por dominarlos como una metástasis? La gente peca de ingenua y la lealtad jamás será garantía de nada.


Mi madre -segunda desde la derecha- junto a dos de sus primos y una amiguita, en el patio frontal de la casa, en 1962. La calle Cedros y un vehículo, al fondo. Nótese la ausencia de rejas o muros, así como los solares vacíos.


El jardín perimetral de la casa, con los años, pasó por una metamorfosis: de su verdor de repente "crecieron" ligeras vallas metálicas blancas, luego las vallas se convirtieron en muros, y finalmente el patio terminó por mutar a locales comerciales. Las necesidades, las putas necesidades, consecuencias de lo que se suelen llamar "malas juntas"; o quizás producto de un desesperado y natural instinto de supervivencia ante una circunstancial adversidad. La ciudad creció, la gente cambió y se lleno de paranoia.

Luego vinieron los niños, poblaron nuevamente la vivienda y la llenaron de alegría a pesar de las dificultades. Y ahí estaba yo, pequeñito, por cuatro años rey absoluto hasta que vino al mundo mi hermano. Las cosas que más rememoro de esos tiempos eran el amplio jardín y el árbol de guayaba con su aroma. La abuela me hacía papillas y jugos con sus frutos. El abuelo pedía que le prepararan un dulce parecido al de membrillo, pero con las guayabas que nos regalaba ese gigante; bueno, no sé si era gigante, pero a esa edad lo veía enorme. Y lo abrazaba. Era la fortaleza de mis soldaditos de juguete, también una enorme base espacial flotante cuyos entresijos eran las bahías de aterrizaje de mis imaginarias naves estelares.




El jardín abierto luego pasó a ser enrejado. Imagen del octavo cumpleaños de mi mamá, en 1967. Algunas de sus amigas y primas en la foto.


Después de saludar a la cacatúa gris, esa que el abuelo decía que parecía una bruja pero que para mí era el ave más tierna y cuyos plumones naranjas a los lados de su cara asumía eran dos cachetes pintados, iba a darle mis respetos al gran árbol. A veces me acostaba en el suelo del patio trasero bajo ese coloso vegetal -contrariando a la abuela que, cuidadosa y a veces hasta neuróticamente, siempre pasaba alcohol y desinfectantes en los pisos antes de que "el bebe" se lanzara sobre ellos- y me quedaba por un buen rato viendo cómo su copa se movía con el viento, escuchando el susurro de sus hojas mientras pequeños puntos de luz solar no pedían permiso para pasar entre ellas. Levantaba mis brazos y movía mis dedos siguiendo los bordes de sus ramas; me gustaba calcarlo en el aire.




Las Lomas de Urdesa cuando todavía estaban llenas de vegetación, vistas al fondo de la foto desde Urdesa norte. La imagen corresponde a la graduación de primaria de mi mamá, en 1970. Fue tomada en los patios de la escuela Moderna. 


Los días largos y de vagancia en casa terminaron, tocaba ir al jardín de infantes. Un día, regresando de clases, el árbol ya no estaba. Lo único que había en su lugar era un poco de tierra tapando el hueco que se formó tras haber sido arrancado. Empecé a llorar, a gritar. ¡Por qué mataron a mi árbol! ¡Ya no habrá jugo, ni papillas, ni dulce de guayaba! ¡No tendremos sombra! Los abuelos y mis padres me consolaron, me dijeron que tenía hongos, que estaba muriéndose y que era peligroso seguir teniéndolo porque podría venirse abajo y tumbar parte de la casa. Les creí. Afuera, en el parterre, cruzando la calle, estaban los vestigios de mi amigo: un montón de ramas cortadas y su talado tronco que luego serían recogidos por un viejo trabajador municipal que pasaba todos los días con una destartalada carreta recolectora de basura. Años después, supe que había sido extraído del patio porque se necesitaba más espacio para la casa, víctima de los locales comerciales que sin otra posibilidad tuvieron que construirse en el patio delantero para superar los apuros financieros, luego del atraco que sufrimos a manos de ese expresidente y su hijo delincuentes.

Ahora que Urdesa está atravesando un sistemático proceso de cambio de su faz en la que su identidad arquitectónica está siendo destruida o borrada precisamente por esas "necesidades", por el "comercio", por el "progreso" a ultranza y sin miramientos, inevitablemente viene a colación el asunto del árbol de guayaba y aquellos valores subjetivos, emocionales, ligados a esos elementos inherentes a nuestras vidas y entorno; con los que forjamos un eslabón especial: un jardín, una casa, un barrio, gente y vivencias. Casas con líneas arquitectónicas del movimiento moderno, aunque un poco tardías, de fines de la década de 1950 e inicios de los 60, están desapareciendo. Son reemplazadas por pastiches guacharnacos de aluminio y vidrio que borran de un brochazo -con permisos de construcción o remodelación irresponsablemente otorgados por el actual Municipio y la pasividad absoluta del Instituto Nacional de Patrimonio Cultural- todo aquello que alguna vez representó parte de la esencia del barrio.





Algunas muestras de lo que Daniel Adum Gilbert con toda justicia -y coincido con él- ha llamado la “degeneración urbana” de Urdesa. Más ejemplos de la destrucción urdesina, dando clic aquí. Fotos: Daniel Adum Gilbert.

No sé si el desmadre y descuido patrimonial que vive Urdesa a lo mejor es una velada venganza de Jaime Nebot hacia el barrio donde vivió su -en algún momento- protector y mentor, León Febres-Cordero, producto de esa famosa frase esgrimida por el "felino" en las reñidas elecciones presidenciales de 1996 que Nebot tanto ansiaba ganar en segunda vuelta contra su archienemigo Abdalá Bucaram, y que según los más perspicaces politólogos le costó al actual alcalde guayaquileño no poder llegar al solio de Carondelet. Sí, nos referimos a aquella "perla" del florilegio partidista ecuatoriano en la que Febres-Cordero "pontificó" diciendo que quienes votaron por Bucaram en la primera vuelta fueron "el lumpen, prostitutas, marihuaneros y ladrones". La sentencia marcó un distanciamiento polar entre el león y su gatito.

Quizás el aumento de los corredores comerciales en esta zona residencial en 2002 fue otra venganza más de Nebot hacia el barrio del antiguo "dueño del país", como le decían sus adversarios e incluso colaboradores; porque, a pesar de sus innumerables infamias, hay que reconocer que con Febres-Cordero como alcalde solo la avenida Víctor Emilio Estrada era el único corredor comercial de Urdesa por ordenanza municipal desde 1993 hasta antes del 2002, con algunas excepciones en otras calles en las que ya existían negocios previos a la medida. Bajo la administración municipal de Nebot se dio el boom comercial actual y el consiguiente quemeimportismo cuando llega la hora de meter mano a las fachadas de las otrora hermosas casas que hoy son quimeras estilísticas sosas.    

Por otro lado está la calma con la que Patrimonio Cultural mira este asunto. Tienen estudios sobre la zona, saben que en Urdesa hay una cantidad apreciable de inmuebles que pueden ser considerados patrimoniales, pero nada se hace; y si se está haciendo algo, pues está tomando demasiado tiempo. Cada semana, cada mes, una casa de líneas únicas termina convirtiéndose en un bodrio.

Nadie está satanizando el comercio en la zona. Tiene que haber un equilibrio entre las ordenanzas de corredores comerciales, los permisos de construcción y remodelación y la clasificación del patrimonio. No es nada complicado, simplemente dos instituciones tienen que unir esfuerzos. Si no lo hacen, quiere decir que la politiquería y rivalidades están por encima de las comunidades, personas y responsabilidades que dicen atender.

En tiempos en los que se reclaman ciertas competencias para los municipios -reclamo que incluso ha sido uno de los caballos de batalla de la administración nebotil- pues vendría de película que la misma Municipalidad se encargara del asunto patrimonial. ¿Quién mejor que el Cabildo (que da los permisos de construcción, que conoce las características de los predios, que define los usos de suelo, los corredores comerciales y residenciales y más etcéteras de una ciudad) para que asuma la responsabilidad de proteger y categorizar el patrimonio arquitectónico de Guayaquil?

A veces pienso que no desean asumir ese tema, porque es posible que al hacerlo entren en conflicto con su agenda, con lo que el canon de la regeneración urbana socialcristiana manda: una ciudad de cemento nuevo, que ve a edificaciones antiguas y hermosas como cosas viejas, desechables y que "afean" la estética miamiesca que desean implantar a rajatabla en Guayaquil; total, da la impresión que para ellos la memoria solo es una "cosa" que debe estar encerrada y acumulando polvo en museos y bibliotecas, y que se explota únicamente en tiempos electorales.




En 1988, la inminente demolición del emblemático hotel Senator (en la foto, durante la década de 1960) para reemplazarlo por un parqueadero hizo que una buena parte de la comunidad de Miami, se levantara para evitar un atropello patrimonial. Sí, la misma Miami que el socialcristianismo tiene como modelo. Foto: Herb Scher, 2011.


Podrán esgrimirse todos los argumentos posibles para justificar esta vorágine de desmemoria y destrucción: la libertad de los dueños de hacer con sus viviendas lo que sea, las necesidades económicas de las familias propietarias de los inmuebles, el aumento del impulso comercial de la zona; pero hay cosas que pueden hacerse sin afectar estos puntos que la mayoría de las veces se levantan como grandes barreras y excusas para mantener irresponsablemente el actual descalabro de la memoria e identidad de Urdesa. En cualquier ciudad que se precie de ser considerada más allá de "cosmopolita" y "turística", sino verdaderamente consciente de lo que la hace e identifica, se mantienen las fachadas de los antiguos edificios precisamente por su valor cultural, patrimonial e identitario. En otras metrópolis, dentro de estos inmuebles sus dueños pueden hacer las remodelaciones y trabajos de construcción que quieran, pero aquellas fachadas que poseen características únicas y destacadas se conservan. Es algo simple y sencillo. Es lo mínimo y más elemental que se pide. Solo eso.




Sin embargo, el viejo hotel Senator se demolió y un horroroso parqueo lo reemplazó. Hoy, esto es lo que ahí queda. Pero las movilizaciones de Miami de 1988 no fueron en vano. Al final, gracias a la concienciación que artistas y moradores lograron con sus protestas, se pudo proteger la arquitectura del distrito Art Deco al convertirlo en una zona patrimonial. Comunidad y Municipio dialogaron y llegaron a acuerdos. Foto: Herb Scher, 2011.


Pero no hay que depender de la desidia institucional política local o nacional. A veces el simple accionar individual o el deseo de no hacer merma de lo que se sabe es algo único, pueden hacer mucho más que pedir acciones a entes burocráticos a los que no les importa mover un dedo en ciertos temas. Sin irnos más lejos y tomando como ejemplo a Miami, una ciudad que el catecismo urbanístico socialcristiano ha elevado a sus altares, fueron los mismos habitantes de esa urbe estadounidense los que decidieron tomar cartas en el asunto a fines de la década de 1980, cuando a la especulación inmobiliaria le importó un rábano aquella joya arquitectónica que es su distrito Art Deco. Bastó con que a un histórico hotel quisieran convertirlo en un horrendo parqueadero para que la comunidad entera se movilizara y llegara a acuerdos con la administración local. Lamentablemente el edificio fue demolido, pero se logró declarar al distrito Art Deco de aquella ciudad de la Florida como una zona de arquitectura protegida.

Ojalá no tengamos un día que pasar por lo que un niño urdesino vivió hace 26 años: contemplar acongojados y llenos de lágrimas los restos de un árbol y parte importante de su memoria afectiva tirados en un parterre, arrumados en sacos y listos para el basurero; pero esta vez convertidos en despojos de toda una comunidad y su identidad, por aquel mismo pretexto de las "necesidades" sin una visión más amplia.

- Jorge Osinaga -

Para más información:

Un registro de lo que queda de la Urdesa original podrán verlo en este link. Es el adelanto de un libro que Daniel Adum Gilbert, artista guayaquileño y urdesino, está preparando sobre el barrio. Algunas cosas simplemente han desaparecido.

8 de febrero de 2014

El enigmático padre del escritor Jorge Enrique Adoum

Rodolfo Pérez Pimentel publicó un artículo (Revista Memorias Porteñas, Diario Expreso, Guayaquil, 2 de febrero de 2014) sobre el misterioso "Mago JEFA" (por sus siglas), Jorge Elías Francisco Adoum, destacado místico y esoterista libanés que tras su exilio del lugar natal se radicó en Ecuador para luego terminar sus días en Brasil. Lo único que a Pérez Pimentel se le escapó es que el Mago JEFA era el padre del también reconocido escritor ambateño Jorge Enrique Adoum.

(Para ver el artículo en tamaño más grande, hacer clic aquí).