17 de septiembre de 2018

Impresiones de los libros callejeros

Fotos: Cortesía Festival Otra Orilla



“El artista, el escritor, tienen que estar en la calle 
y meter la calle en los libros y en los cuadros”. 
Antonio Berni


A la frase del pintor argentino Antonio Berni que abre este artículo bien podríamos añadir lo siguiente: “...Y meter los libros y los cuadros en la calle”. Eso precisamente se hizo en Guayaquil, del 12 al 15 de septiembre de 2018, durante la Feria de Libros del Festival Otra Orilla. Tuve la suerte de participar en este encuentro, en mi faceta de librero, con los ejemplares de segunda mano que comercializo bajo el sello El Fauno Verde.

Pero antes de hablarles de la feria, primero deben saber qué es la Otra Orilla. Nació como un espacio alternativo y paralelo a la oficial Feria Internacional del Libro de Guayaquil (FIL), organizada por el Municipio local. En otras palabras, una contraferia de acceso gratuito, alejada de la academia, abierta totalmente, y con sedes en espacios urbanos y artísticos populares de la ciudad. Nunca hubo un deseo de conflicto con la FIL, pero sí de tener contacto con el ciudadano de a pie en el espacio público. Con el paso de los años ambos encuentros han llegado a complementarse. Si en la FIL sus invitados se hallan en un ambiente muy formal, en la Otra Orilla esa formalidad se olvida para vivir una verdadera celebración; una fiesta de letras y gente. Como el cineasta Mario Rodríguez, su organizador, dijo en algún momento: es “un aporte a la ciudad, donde la ciudad sale ganando”. Todo armado desde la autogestión y, con el transcurso de las distintas ediciones, sumando apoyos institucionales que han contribuido a afianzar el encuentro.

Este año el eje del festival fue el centenario del poeta César Dávila Andrade. Albaquía fue una maravillosa exposición itinerante que resumió la obra del 'Fakir' y la llevó a nuevos públicos con un montaje multimedia, exhibición de manuscritos y raras ediciones de distintos trabajos del autor de la gigantesca Boletín y elegía de las mitas. Hubo conversatorios, lanzamientos y recitales de poesía, con autoras y autores de distintas partes del país y del extranjero.



Me emocionó mucho sacar los ejemplares a la calle, pues la exhibición la realizamos en los portales de la Casa de la Cultura Ecuatoriana -sede del festival-, en el corazón de la ciudad y en plena acera de la avenida 9 de Octubre. Mi logística fue un poco complicada, pues vivo fuera de Guayaquil. Traer siete cajas llenas de libros desde allá era un asunto engorroso, pero hecho con el mejor de los ánimos. Además, una feria siempre será mejor que estar ansioso esperando ventas por internet; nada como conocer gente nueva, hablar de libros y, por supuesto, reunir fondos para pagar el alquiler.

Entre los expositores, además de El Fauno Verde, se hallaban: Cadáver Exquisito, Casa de la Cultura del Azuay, Editorial PUCE, Tinta Ácida, Editorial Viz-k-cha, Salto Reverso, Editores Independientes del Ecuador, Bucks Populi, El Hongo Atómico, LaKomuna Colectivo de Arte, Máquina Púrpura, Pirata Cartonera, Murcielagario Cartonera, Dadaif Cartonera, El Ángel Editor, Ediciones Eralsa, Apuntes para la ciudadanía, Colectivo Mandrágora Cartonera, Editorial Despertar, Festina Lente, Editorial Rotem Apple Comics, God/Art, La Casa Morada y Ágora Libros.

Frente a nosotros estaba el “Palacio de la Moneda”, como en algún momento el expresidente ecuatoriano Carlos Julio Arosemena Monroy denominó a la Corte de Justicia. En el segundo día de la feria deduje muy suspicazmente que la Corte hizo honor a aquel mote impuesto por el viejo mandatario, pues paralizó sus actividades para una manifestación a favor de su presidente. No sé si habrá sido espontánea, pero de lo que sí estoy seguro es que en política institucional todos salen a marchar porque los amenazan con multas, o porque hay alicientes de tipo sanduchero o económico. Contemplas, en una especie de cuadrilátero callejero montado con tarima, luces y hasta megafonía, la pelea entre arte y política; y la segunda sale ganando por nocaut. Fue un contraste de ánimos entre oportunistas y los que aún conservan en su conciencia el anhelo de cosas bellas. Lamentable para el mundo es que los segundos sean tan pocos. Lo esperanzador es que todavía existen.



Dejando a un lado ese despliegue vergonzoso de politiquería, ver a la gente acercarse, contemplar los libros, y preguntar por diversas temáticas a lo largo de la semana fue algo que ya te alimentaba el alma de otra forma, sin importar lo que buscaban. Sus inquietudes eran de todo tipo: había quienes buscaban autoayuda, otros preguntaban por esoterismo, algunos estaban interesados netamente en temas históricos, y pocos con gustos literarios ya más exquisitos.

Y tampoco faltó quien me preguntó por el Mein Kampf de Adolf Hitler. Le dije que no tenía eso. Alguna vez llegó a mi inventario, pero solo un ejemplar. Lo que vino después fue, quizá, lo más tenebroso que escuché esa semana (además de las loas ensordecedoras de tarima judicial): "Por eso es que las cosas están mal, no hay quién las arregle e imponga el orden".

Ojalá algún día Guayaquil pueda tener todos los fines de semana una zona como el mercado de libros de San Telmo o, por lo menos una vez al año, una Noche de las Librerías tal como la que se hace en la calle Corrientes, en Buenos Aires. Esa es una batalla a ganar. Es una lucha que Otra Orilla espera llevar a éxito, abriendo más espacios y creándolos.

El viejo nazi de aire militar se fue. Su gesto cítrico me dio gusto. Mientras más gente como él se enoje por no encontrar el horror entre libros, o que al menos este yazca perdido al fondo de una montaña de otros títulos, ensombrecido y enterrado bajo hermosas copas bibliográficas, ya habremos ganado otro combate.