1 de diciembre de 2006

Un texto olvidado de Pablo Palacio

Pablo Palacio (1906-1947) es de esos escritores que siempre nos da una sorpresa, tanto al leerlo como al investigar su obra; y justo ahora que se recuerda el centenario de su nacimiento, vuelve a hacerlo.

El crítico literario Humberto Robles acaba de presentar una nueva edición de su obra ensayística titulada La noción de vanguardia en el Ecuador: Recepción y trayectoria (1918-1934). Revisando en internet, me topé con un artículo bajo el mismo título, publicado por la FLACSO y tomado del libro Crítica literaria ecuatoriana, compilado por Gabriela Pólit (FLACSO, Quito, 2001) . En él, Robles incluye como apéndice un relato poco conocido de Palacio, titulado Novela guillotinada.

Seguro es que el artículo corresponde a un resumen de la edición de 1984 del libro de Robles. En dicho escrito, Robles señala que “en los últimos veinte años el rescate de la obra de Pablo Palacio (1906-1947) ha sido constante. Tan sólo en el Ecuador se han publicado tres ediciones de sus así llamadas Obras completas: Casa de la Cultura Ecuatoriana (Quito, 1964; Guayaquil, 1976); Editorial El Conejo/Oveja Negra (Quito–Bogotá, 1986) (...) En Chile, Ecuador, México, ¿Cuba? y Venezuela también se han editado obras escogidas de Palacio. En ninguno de todos esos volúmenes, sin embargo, se incluye el relato Novela guillotinada...

Al artículo de Robles habría que agregar que este relato de Palacio también fue publicado en la última edición de sus Obras completas llevada a cabo por María del Carmen Fernández y bajo el sello de la Universidad Andina Simón Bolívar, en el presente año.

Lo interesante es que este texto de Palacio apareció en distintas revistas. Robles indica que el mismo fue publicado en Revista de Avance (La Habana, Nº 1, septiembre 11, 1927, p. 286); en Savia (Guayaquil, Nº 36, diciembre 10, 1927, s.p.) y, finalmente, como texto “inédito” en el periódico El Espectador (Guayaquil, noviembre 18, 1930, p. 6) y que el número de veces que Palacio lo publicó “sugiere el aprecio que él tuvo por el mismo”.

Otra sorpresa

Pero las sorpresas continúan. Revisando el número 4 de revista Anaconda y a propósito del centenario de nacimiento del autor, encuentro la publicación de una versión distinta del mismo cuento.

Fernando Albán, en la introducción que precede al cuento publicado por Anaconda, nos señala que llegó a sus manos un ejemplar original de la novela Débora (Kanela, Quito, 1927). La sorpresa: encontró pegado en las últimas páginas del libro un recorte que Albán deduce puede corresponder a un periódico quiteño e, incluso, a una versión posterior y ampliamente modificada del relato publicado en las revistas y el periódico antes mencionados, pero esta vez bajo el título Guillotina.

Pongo a disposición de ustedes ambas versiones. La primera, Novela guillotinada, correspondiente a Revista de Avance, Savia y El Espectador; y la segunda, Guillotina, publicada por revista Anaconda:



“Novela guillotinada”

Por Pablo Palacio




Ir tras el hombre que proyectará su espectro en mi espíritu, conmutador de las palabras, para arrancarle sus reacciones interiores.
Ya está el hombre, ya está acechado.
Simple, que toma café con tostadas.
Sigue la fuga del tranvía.
«¡Pare! ¡Pare!»
Escribe números, tiene mujer e hijos, se entera de que en invierno sube el precio del carbón y en las sequías el de las patatas.
Engaña a la de él con la de otro, o sencillamente con la de todos. ¿Qué tiene en la médula el engañarla con la de todos? Es tan hombre que no entiende del exquisito sabor de la mujer conocida, y el camino andado tantas veces le tira del saco hacia fuera.
Con éste haré mi novela, novela larga hasta exprimirme los sesos; estirando, estirando el hilo de la facundia para tener un buen volumen. Se venderá a siete pesetas. Se pasmarán ante el psicólogo erudito, conocedor profundo del corazón humano.
Pondré:
«Tocado con elegante sombrero de felpa»
y
«Hundido en la lectura matinal de su periódico, nuestro héroe dobló hacia la larga Avenida que, bordeada de copudos árboles, desemboca en la Plaza Mayor»
Burilaré un manual de literatura cuerda, haciendo buen uso de mis aptitudes narrativas;
«Un cabriolé tirado por dos elegantes caballos».
«La señora de Mendizábal estaba en la edad en que la mujer vuelve a Dios»
«Hacía sonar caprichosamente sobre el pavimento los tacones de sus zapatitos Luis XV»
«El jardinero, hombre receloso, pegó el ojo a la cerradura»
«Tenía un perro y una perra»
«Se sirvieron apetitosas truchas».
«No faltó el caviar ruso»,
«Vino el espumoso champagne»
«Cerró los ojos... »
Se venderá a siete pesetas.
Hombre devorado por el día sincrónico, amamantado por el gregarismo, te sacaré de los pelos una novela larga, sobre la que cenarán los editores.
«Calvo y viejo, sabe el precio de la percalina, y evita a todo trance que se zurren los niños en la sala de visitas»
«Ay, Dios mío, ya no hay vida con las cocineras. Se han puesto en un estado que no se sabe quiénes son los amos»
«Con este tiempo que llevamos, lo que tendremos que comer el otro año!»
«La semana del lunes, si Dios nos da vida, me voy donde el ministro para ver qué ha sido del empleo»
Ya está encontrado el hombre y lo acecho como un fantasma, para robarle sus reacciones interiores.
Pero, para que un tendero limpia su escopeta tras la puerta de la esquina.
Mi hombre pasa y
tan!,
un tiro le raja la cabeza.
He aquí la novela guillotinada. Un curioso profundizará su ojo con el microscopio para buscar en los muñones que deja el cortafrío –las cristalizaciones romboidales.
Oiga, joven, no se haga soldado.



Guillotina

Por Pablo Palacio





Tengo un lápiz morado para ponerle barbas al Rey de Oros.
Caí en las galeras del amor, y Guillotina pudo ser así:
"Vida subyacente para los recuerdos y para los besos que están suspendidos dentro de nosotros. Los adoraremos y les haremos una hornacina de humo perfumado. Vida subyacente para denunciarnos de improviso y desenmascaranos de la risa y de las alegrías: lágrimas que están a la vuelta del hombre que ha reído. Para revelarnos en nuestra intimidad acogedora: siempre habrá alguien que quiera estar de pie ante la válvula de escape de nuestras ternezas. Vida subyacente para esos labios apretados que sabían abrirse antes de ahora: ya no me dan su jugo dulce de fruta madura, pero siempre saben ser buenos para mis deseos y algo que se reservan y se han reservado está fresco para mí, anunciándome que siempre será tiempo para embriagarme o para hacerme temblar las manos que no saben qué hacer en la estrechez de la hora solitaria que tiene a la orilla una amenaza indiscreta. Quisiera que me ponga los brazos al cuello y, si está de pie, que se levante la pequeña falda por las corvas; pero no quiere denunciarse y en este forzamiento de actitudes, la cara echada atrás y mi cuerpo buscándola, veo cómo le nacen manos por todas partes para ponerlas ante la boca: mas, apenas visillos para escuchar tras ellos y esperar, semidefinida. Me echa el aliento a la cara y si rechazo aquella mano, palma a mis labios, surge otra tras ella, y otra, y otra. Después he creído que se trataba de un maquinismo incidental, seguido por empezado. ¡Hora solitaria que tiene una amenaza indiscreta a la orilla!"

Pero prefiero ir tras el hombre que proyectará su espectro en mi espíritu, conmutador de las palabras, para arrancarle sus reacciones interiores.
Ya está el hombre, ya está acechado.
Simple, que toma café con tostadas.
Sigue la fuga del tranvía.
«¡Pare! ¡Pare!»
Escribe números, tiene mujer e hijos.
Engaña a la de él con la de otro, o sencillamente con la de todos.
Es tan hombre que no entiende del exquisito sabor de la mujer conocida, y el camino andado tantas veces le tira del saco hacia fuera.
Haré mi novela, novela larga hasta exprimirme los sesos; estirando, estirando el hilo de la facundia para tener un buen volumen. Se venderá a siete pesetas.

Tocado con elegante sombrero de felpa.
Un cabriolé tirado por dos elegantes caballos.
La señora de Mendizábal estaba en la edad en que la mujer vuelve a Dios.
Hacía sonar caprichosamente sobre el pavimento los tacones de sus zapatitos Luis XV.
El jardinero, hombre receloso, pegó el ojo a la cerradura.
Tenía un perro y una perra.
Se sirvieron apetitosas truchas.
No faltó el caviar ruso.
Vino el espumoso champagne.
Cerró los ojos.
Se venderá a siete pesetas.
Hombre devorado por todos los días, te sacaré de los pelos una novela larga.
Calvo y viejo, sabe el precio de la percalina, y evita a todo trance que se zurren los chicos EN LA SALA DE VISITAS.

Ay, Dios mío, ya no hay vida con las cocineras.
Con este tiempo que llevamos, lo que tendremos que comer el otro año.
La semana del lunes, si Dios nos da vida, me voy donde el ministro.

Ya está encontrado el hombre y lo acecho como un fantasma para robarle sus reacciones interiores.
Tengo un lápiz...

¡Ay!, para, que un tendero compone su escopeta tras la puerta de la esquina.
Mi hombre pasa y
¡tan!
un tiro le raja la cabeza.

Oiga, joven, no se haga soldado: hay una guillotina en cada esquina.

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Estas son entonces las dos versiones. Personalmente me quedo con la primera. La pregunta para ustedes es: ¿con cuál se quedan?

- Jorge Osinaga -


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