26 de abril de 2007

Un grito a todos los que caminan muertos

Las cosas buenas, dicen, siempre están escondidas, alejadas, pero prestas a ser halladas. Alexis Cuzme (Manta, 1980), con Club de los premuertos, confirma que la nueva y buena poesía del Ecuador está surgiendo desde los bordes, ajena a los tradicionales centros del país y también alejada de los vericuetos indescifrables del ejercicio de la palabra que empeña su entendimiento a una tarea tan complicada como abrir una caja fuerte.

La poesía de Cuzme es directa, sin rodeos, canta las cosas como son: de manera clara y despojada de adornos ridículos. Sin miramientos, Cuzme nos revela en su Club de los premuertos una voz que se niega a aceptar las insulsas masturbaciones mentales del enamoramiento, que le dice un alto a esa estupidez que no se qué masoquista inventó de negarse el uno por el otro, que nos grita por todos lados cómo podemos cometer el crimen de despedir por el inodoro nuestra libertad; en definitiva, el por qué aceptamos morir -con anticipos y en cómodas cuotas- por otro pedazo de carne; y nos muestra a fin de cuentas que no hay que pedir permiso para existir.



Alexis Cuzme y su último libro


Cuzme se libera con sus palabras de lo que él denomina “el sentimiento chatarra”:

No es normal pretender cortar margaritas
en el jardín de la vecina,
escribir cartas a vaginas intocadas, 
declamar –a pedido de oídos sensibleros– 
versos de Neruda,
Auden,
Lorca, 
Darío 
o Cardenal; 
mientras mi otro yo 
–el de siempre–
desde las sombras escupe y vocifera
con el esfuerzo de pulmones maltratados:
¡La ternura es una larva que debes pisotear,
rociar con esperma ácida,
moscas productoras rondando tu cabeza!


Con una mezcla de verdad, broma y preocupación, un amigo me decía que aquí y en todos lados, un vello del pubis puede halar más que un Caterpillar, y yo digo que también puede ser el más aplastante represor del hombre. Cuzme dice no, y se para firme.

Al final, al leer su obra, nos presenta las dos caras que el hombre debe enfrentar no solo en el amor, sino también en su vida, en su relación con los demás: la represión o la libertad, la entrega o la excarcelación.

Es, en definitiva, un grito; una llamada bien cargada que busca hacernos despertar. La invitación a este Club es precisa: para darnos cuenta si todos somos o no uno de sus miembros.

- Jorge Osinaga -

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