20 de agosto de 2017

Corazón tras la batalla



Ilustración: Janio Díaz Navarrete

"Me siento en esta banca y pienso las ansiedades que se cavilaron en ella mientras se veía a la ciudad pasar. El pasto es sagrado, solo apto para pájaros, ardillas, iguanas y jardineros. Hasta el mismísimo césped debe pensarse un lujo por el simple hecho de ser césped. Concreto y metal para las posaderas. El verde queda como museo, como rareza intocable. ¿Por qué no puedo echarme en la grama, contemplar las nubes, sentir el viento en la cara y dormir después de una serie de derrotas? Necesito tocar tierra, como quien regresa a la ancestral casa y, de repente, decide acostarse en la cama de la infancia o en el lecho materno; en ellos parece que las tristezas, las preocupaciones y la velocidad de un mundo salvaje se disipan con la fuerza del más reconfortante de los sueños. Pero no puedo anclarme en esto, los golpes siguen. Contemplas a un canario ir de almendro a mango, y de mango a ficus. Piensas que tiene una vida fácil, pero no es así. Le tomó mucho saber distinguir a qué rama aferrarse para no sucumbir tras miles de caídas. Miro de nuevo la calle, un hombre y su hijo caminan y juegan. Los veo felices. A esta hora, muy temprano, sale la gente decente. Admiro el valor de su sacrificio, de dejar a un lado su vida para llenar la de otro, la de quienes aman. Quizás en eso radique la máxima prueba, la más alta consideración humana: dejar de ser para dar. Huyo de mis divagaciones y lamento mis caídas, mis errores. Camino aletargado a la casa, veo mi cama y él está ahí. Me desmorono y comprendo que solo necesito un abrazo. Con él se borra todo. Espero salir de mi abismo, solo lo podré hacer con mucha ternura".

-Extracto de Ciudades.
Jorge Osinaga

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